By: Adriana Pérez-Rodríguez, SSH Correspondent
Not long ago society started recognising that street harassment is a type of violence against women and everyday more people joined the fight against such cultural notions of how women should be treated.
Nevertheless, certain socio-political contexts can exacerbate gender violence, becoming a continuum in their day to day lives and going unregistered, drawing a misleading picture of how it, apparently, doesn’t occur. This is the case in Colombia with the internal armed conflict that has torn its society year after year.
For years in my country, certain people, such as one of the leading feminists, Florence Thomas, have made public how war and subsequent peace need to be evaluated under a gender perspective, since the experience women and girls endure has certain particularities steaming from the understanding of their gender roles. One dynamic that occurs during the context of war is that dangerous gender roles are exacerbated: masculinities are encouraged to be dominant, violent and possessive while women are not recognised as subjects and their sexualities are understood to be accessed and dominated, which only results in systematic rights violations (Fiscó, 2005).
Something, however, ironic that happens in Colombia is that in the so-called “consolidation zones”, territories where the government is supposed to make presence through the military together with big multinationals exploiting natural resources, is that the situation of women has in fact deteriorated. An amalgamation of exacerbated and dangerous gender roles, military corruption and impunity, the rise of different paramilitary groups and their association with several multinationals have left women in an incredibly vulnerable position. Sexual and gender violence is the expected result: sexual slavery, rape and harassment become a continuum in their lives from as early as 12 years old and by every participating party.
A common practice that affects women and girls disproportionately is the imposition of curfews and behavioural and dressing codes, intervening in every sphere of people’s lifestyle and, more precisely, women’s sexualities. In such cases, women are put in an incredibly vulnerable position as their sexualities are under constant scrutiny, and those accused of provoking men, being sex workers or having extramarital relations, are severely punished with intimidation, rape, torture and murder (Info).
These women and girls don’t need to go out to the streets to feel unsafe, they live in fear in their hometowns as they know conflict actors can commit such crimes with full impunity: they can entered their home in the middle of the night and rape them in front of their relatives and they can commit massacres, rape and murder of young girls in front of everyone in town. Meanwhile, the military is suspected of preventing relief NGOs like Red Cross from entering towns. (Info)
These, nonetheless, are stories that go unregistered and that no one seems to know about or don’t want to know about. Women are too afraid of speaking up against it and the collective imaginary, from government officials to common citizens, is that if it doesn’t go registered, it simply doesn’t happen. Yet, covering our eyes to the situation won’t make it stop and for as long as war exists and perpetuates such dangerous notions of being a woman and a man and for as long as no one in the country pays attention to and responds for these crimes, women will always be disproportionately affected by having their bodies and sexualities appropriated in harrowing ways.
These stories live in the collective memory of women whose bodies and sexualities have been marked by armed actors who commit hem, by the government who permits them and by society in general who disregard them, and though there is no easy and single way out of this, change can start by everyone acknowledging and giving more visibility to this reality. Realising that sexual harassment and abuse don’t just occur in the streets of New York, London or Vancouver, but also in towns of conflict areas and with new proportions.
Adriana is a Colombian national who’s passionate about all topics concerning social justice, especially gender-based justice.
en Español
No hace mucho la sociedad empezó a reconocer el acoso sexual callejero como un tipo de violencia en contra de las mujeres y cada día que pasa más personas toman consciencia y luchan contra estas nociones culturales sobre cómo ellas deben ser tratadas. Sin embargo, ciertos contextos sociopolíticos pueden exacerbarla, volviéndose un continuo en su vida diaria, caracterizándose por el subregistro y creando una idea de cómo esta, aparentemente, no ocurre. Ese es el caso colombiano con el conflicto armado que ha desgarrado su sociedad año tras año.
Por años en mi país, ciertas personas, como una de las principales lideresas feministas, Florence Thomas, han argumentado que la guerra y la subsecuente paz deben ser analizadas con unas perspectiva de género, debido a que la experiencia de las mujeres y niñas en el conflicto armado se caracteriza por ciertas particularidades provenientes del entendimiento sobre su sexo y roles de género. Una dinámica que ocurre durante el contexto de guerra es que roles de género muy peligrosos son exacerbados: las masculinidades son alentadas a dominantes, violentas y posesivas, mientras que las mujeres no son reconocidas como sujetos y sus sexualidades son consideradas para ser accedidas y dominadas, resultando en una violación sistemática de sus derechos (Fiscó, 2005).
Algo, sin embargo, irónico que pasa en Colombia es que en las llamadas “zonas de consolidación”, territorios en los que el gobierno supuestamente tiene que hacer presencia por medio del aparato militar junto con grandes multinacionales que vienen a explotar los recursos naturales, es que la situación de las mujeres se ha agravado. Una fusión entre esta exacerbación de roles de género peligrosos, la corrupción e impunidad en el aparato militar, el ascenso de diferentes grupos paramilitares y sus alianzas con diferentes multinacionales han dejado a las mujeres en una posición de increíble vulnerabilidad. La violencia sexual y de género es el resultado: esclavitud sexual, violaciones y acosos se vuelven un continuo en la vida de mujeres y niñas desde fácilmente los 12 años, ejercidos por todos los bandos participantes en el conflicto.
Una práctica común que afecta desproporcionadamente a las mujeres y niñas bajo este contexto es la imposición de toques de queda y normas sobre la conducta y vestimenta, interviniendo en las esferas más privadas de las personas y, especialmente, en las sexualidades femeninas. Esos casos dejan a las mujeres en una posición de gran vulnerabilidad debido a que sus sexualidades están bajo constante vigilancia y aquellas acusadas de provocar a los hombres, ser trabajadoras sexuales o tener relaciones extramaritales son severamente castigadas con intimidaciones, violaciones, torturas y asesinatos (http://www.cidh.org/countryrep/colombiamujeres06sp/III.htm).
Estas mujeres y niñas no necesitan salir a la calle para sentirse inseguras, ellas viven con miedo por el simple hecho de vivir en sus pueblos, donde actores armados pueden cometer estos crímenes con impunidad total: ellos pueden entrar a sus casas en la mitad de la noche para violarlas en frente de sus familiares y pueden cometer masacres, violar y asesinar a jovencitas en frente de toda la gente del pueblo, mientras que sospechan que el ejército previene la entrada de ONGs, como la Cruz Roja (http://www.unfpa.org/derechos/documents/relator_violencia_colombia_02_000.pdf p.13-14).
Estas, no obstante, son historias que no se registran y que nadie parece o le importa saber. Las mujeres tienen mucho miedo de denunciarlas y el imaginario colectivo, desde oficiales del gobierno hasta ciudadanos comunes y corrientes, es que si no se registran, no existen. Empero, cubriendo nuestros ojos para evitar ver esta situación no hará que desaparezca, mientras exista la guerra y perpetúe nociones tan peligrosas sobre cómo ser hombre y mujer y mientras nadie en el país le ponga atención a y responda por estos crímenes, las mujeres siempre serán afectadas desproporcionadamente teniendo sus cuerpos y sexualidades apropiados de maneras tan desgarradoras.
Estas historias viven en la memoria colectiva de todas las mujeres y niñas que han tenido sus cuerpos y sexualidades marcadas por actores armados que las cometen, por el gobierno que las permite y por la sociedad en general que las ignora y, aunque no hay salida única y fácil para esta situación, el cambio puede empezar por todos nosotros, reconociéndolas y dándoles visibilidad. Dándonos cuenta que el acoso y abuso sexual no pasa únicamente en las calles de Nueva York, Vancouver y Londres, sino también en pueblos sumergidos en zonas de conflicto con magnitudes más desgarradoras.
Soy una colombiana apasionada por todos asuntos relacionados con la justicia social, especialmente justicia de género.